El portal Código Espagueti publicó una interesante reseña del la película La Monja, la cual se estrenó recientemente.
Dicho texto lleva el nombre de “La Monja — Un patético intento de propaganda cristiana”. Aquí te dejamos el texto íntegro:
La nueva película en la larga saga de The Conjuring sirve únicamente para dos cosas: demostrar que Demián Bichir también tiene que hacer trabajos horribles para vivir y balconear que esta saga ya sólo sirve para producir dinero. Y, lo siento, pero la caída de calidad desde la primera película de James Wan a The Nun es pasmosa. Esta cinta es tan mala, está tan errada en tono y planteamiento, que casi es una genialidad de comedia.
Ahora, cada vez que hago una reseña sobre una película que odié me encuentro con el enojo de alguien. Parece que, al mentar madres de una cinta, le estuvieras mentando la madre a todos los que la apreciaron. En realidad, no tengo nada en contra de que alguien disfrute una cinta que a mí no me gustó y quiero dejar en claro que no creo que quien no comparta mis gustos importe menos.
Habiendo dicho eso, La Monja sobrepasó todas las malas expectativas que podía tener: esta película no es peor porque no dura más. No soy un particular fan de la saga de The Conjuringpero, dios santo, la primera película de James Wan es Ciudadano Kane comparada a este bodrio. No quiero eternizarme tampoco en insultos y trataré de ser breve: esta cinta no merece más tinta que la que basta, estrictamente, para describir el abismo de su absurda y mocha existencia.
Cuando tocas la puerta de Drácula y aparece Marilyn Manson
La historia de The Nun sucede casi veinte años antes de los eventos de The Conjuring 2. Y la cinta empieza recordándonos del rol central que tuvo el demonio Valak (que siempre anda vestido de monja porque ese es el último grito en el infierno) en el caso del Poltergeist de Enfield. Si recuerdan bien, Elizabeth Warren (Vera Farmiga) tuvo unas premoniciones sobre la muerte de su marido, Ed Warren (Patrick Wilson), en las que aparecía este ente maléfico al que finalmente derrota blandiendo la fe y el nombre del demonio (en una muy práctica aritmética cristiana).
Con The Nun, regresamos hasta los años cincuenta y Valak, al parecer, no ha salido a hacer de las suyas. De hecho, vemos que el demonio anda molestando a las monjas de un convento en Rumania que, por supuesto, es un lugar totalmente malviajante. El convento, basado en un lugar real, toma toda su inspiración del imaginario gótico de Drácula (sobre todo con la estética creada por Francis Ford Coppola en su adaptación de la novela epistolar de Bram Stoker).
Bueno, pues en este terrible lugar, una de las monjas acosadas por Valak se suicida y despierta el interés del Vaticano, que manda a un cura con experiencia en exorcismos (el padre Burke interpretado por el mexicano Demián Bichir) y a una novicia (intepretada por la hermana de Vera Farmiga, Taissa Farmiga). Ayudados por un habitante local que habla rumano, francés, inglés y es guapillo a rabiar, apodado Frenchie (Jonas Bloquet), los dos investigadores deberán desenterrar el tenebroso secreto de este convento abandonado.
La premisa no es particularmente original y quiere utilizar un mecanismo simple para retacar hora y media de sinsentido con jump scares. Aquí no tenemos la elegancia de los sustos efectivistas de James Wan con elegantes movimientos de cámara o la presencia magnética de Vera Farmiga y Patrick Wilson. No, en esta cinta solamente hay un enorme vacío de contenido que llena, a marcha forzada, una sarta de clichés prestados de todas partes.
En el diseño de la cinta, el imaginario gótico de Drácula (que va hasta una recreación no admitida del mito de Vlad, El Empalador) se compromete con una absoluta falta de imaginación. Y es aquí en donde entran monjas zombies, niños que escupen serpientes (porque el diablo), cruces volteadas en llamas, sangre que no se coagula (porque el demonio y, al parecer, Cristo, tienen ese superpoder de mantener fresca la moronga), santos decapitatos y, por supuesto, a Marilyn Manson vestido de monja malvibrando a todo mundo.
La absoluta falta de imaginación en los paisajes góticos, neblinosos, de vibra centroeuropea se complementa perfectamente con la nula inventividad en la creación de los espacios internos del convento. La idea misma de aprovechar una arquitectura para crear un ambiente de horror (cosa que hace increíblemente bien Ari Aster en Hereditary o que, con sus bemoles, logra James Wan en The Conjuring y The Conjuring 2) está completamente ausente aquí. En The Nun,todo son pasillos. Todo pasa en un castillo lleno de pasillos. Hay también, por ahí, una sala y una capilla y luego pasillos, pasillos, pasillos con cruces, pasillos con velas, pasillos oscuros, pasillo con tragaluz, pasillos, pasillos, pasillos. En esta construcción banal, los sustos siempre tienen que venir del mismo lado, es decir, de la perspectiva ausente que tiene un personaje que va en un pasadizo estrecho y no puede ver lo que hay detrás de él.
Todo esto se añade a un diseño de vestuario banal, un diseño sonoro burdo y unos efectos especiales de quinta para que The Nun llegue a niveles de ridículo insospechados. Y aquí estoy hablando solamente del imaginario visual sobre la tela de fondo de una trama sencilla. Porque, si nos clavamos más en la simbología y construcción de la cinta, santo padre nuestro que estás en los cielos, la cloaca se destapa.
Cuando quieres ser como Umberto Eco y acabas siendo Esteban Arce
James Wan dijo que la premisa de esta película había surgido de un cruce entre la mitología de The Conjuring y The Name of the Rose, la cinta protagonizada por Sean Connery y adaptada de la gran novela de detectives semánticos de Umberto Eco. La idea es que en ambas cintas hay un asesinato misterioso en un convento y que, en ambas cintas, son dos religiosos los que tienen que solucionar este crimen con tintes satánicos. Ahora, si me preguntan, las comparaciones paran ahí.
Il nome della rosa es un alegato en contra de la censura de la iglesia. En particular, sobre la locura fanática de un monje que quiere evitar que se lea el tomo perdido de Aristóteles sobre la risa. Es una novela detectivesca de pistas semánticas en torno a la cruzada cristiana contra el conocimiento. En The Nun, por el contrario, tenemos un espectáculo rarísimo de alabanza a los poderes supernaturales de Cristo. Así que, por más que le rasco, por más que me repito que la adaptación de Il nome della rosa no es exactamente una joya, no puedo entender la comparación.
El asunto primordial aquí es que The Nun es la película más demencialmente cristiana de todo este universo. Y eso no debería ser necesariamente malo (digo Under the Shadow explota el imaginario islámico con gran elegancia) si no fuera tan burdo y ridículo. Para mí, una película de terror empieza a perder algo de su valor si te obliga a adherir a un sistema de creencias particular para asustarte y, luego, en el giro catártico, curarte de espantos.
Desde The Conjuring y, más aún, con The Conjuring 2 me parecía que el horror de esta franquicia reposaba en una cierta aritmética de fuerzas cristianas: al mal se le opone el bien, al demonio se le opone Dios, a la cruz se le opone la cruz invertida, al agua bendita el fuego infernal, etc. Como muchas historias de fantasmas, las cintas de horror sobrenatural que reposan en el imaginario cristiano tienden a establecer la idea de un misterio que hay que desenterrar gracias a estas oposiciones fijas. El fantasma deja de portarse como un idiota si averiguas por qué está tan enojado (tropo que explotó con gran originalidad The Sixth Sense y The Others) y el demonio se retira si averiguas esa verdadera identidad insidiosa, oculta y tramposa.
Este tipo de esquemas en el horror incluye la promesa, desde el principio de la cinta, que saldrás satisfecho del cine, con un misterio resuelto y un alivio catártico de un final explosivo. Siempre habrá ventanas azotándose al final, una casa al borde del colapso, llamas, gritos, remolinos, la fuerza única de un hombre/mujer de fe contra el demonio, etc. Y luego de la tormenta, la solución catártica. A diferencia de The Exorcist del genial William Friedkin, este final acaba siempre con un sentimiento de calma recobrada: en las películas del universo de The Conjuring todo tiene sentido, todo mal puede ser vencido por una fórmula y, en general, estamos protegidos con la lógica inamovible de los inversos, de la eterna lucha del bien contra el mal, de nuestra inquebrantable fe.
Así, los excesos en la confianza de este tipo de cintas y su forma desvergonzada de explotar un imaginario católico llega al paroxismo con The Nun. Aquí, este imaginario se alucina hasta lo patético: aparece la máxima reliquia, es decir, la sangre de Cristo como un arma del ejército del bien; se menciona a viejos demonólogos que degollaban a cristianos para que triunfe el mal; se habla del heróico ejército de cruzados (subrayo, heróico y cruzados están en la misma frase); se insiste sobre la razón superior y los motivos incuestionables del Vaticano; se glorifica la castidad de las monjas y su presencia extracorporal en el rezo.
Cuando veía la cinta, trataba de entender cómo era posible que tal locura hubiera llegado a cines: ésta es una carta de amor al cristianismo organizado y a las más imbéciles supersticiones que ha engendrado. Y luego vi quién había escrito la cinta: Gary Dauberman (que dirigirá próximamente la tercera cinta de Annabelle) es un guionista con más de diez años de carrera que siempre se ha declarado abiertamente cristiano. En una entrevista para los mochos de The Gospel Herald, describió, incluso, cómo su trabajo en el horror era parte de convicciones religiosas:
“Éstas son películas basadas en la fe. Soy creyente y creo que el mal y los demonios están allá afuera, pero también creo que Dios está ahí y eso está bien. No importa lo oscuras y terroríficas que se puedan poner estas películas, siempre habrá una red de seguridad. Si el mal existe, entonces también debe existir el bien. Estas cosas son reales; hay magia en este mundo, sea blanca u oscura. No puedes negar que hay algo más grande allá afuera. Hay un poder superior y un poder oscuro. El hecho de que crea que estas cosas son reales hace que sea más fácil escribir estos guiones.”
Estas declaraciones, pues, no me sorprenden en lo más mínimo. Es evidente que quien escribió esta basura de guión estaba obsesionado con un imaginario cristiano totalmente infantil. Porque ni siquiera hay una información certera de los principios de demonología presentes, en todas partes, en grandes cintas como The VVitch y Hereditary o que encontramos también en el hermetismo discreto de Dark. Aquí agarraron a un demonio como Valak y lo transformaron en un rockstar desabrido. Y, por más que Bonnie Aarons hace todo por sacar una caracterización interesante de este engendro desangelado —¿vieron lo que hice ahí?— el resultado es absolutamente ridículo. El autor de este guión está convencido de que su creencia basta, que la ignorancia que despliega sobre su propia religión se perdona por la fe, que puede decir lo que sea mientras entre en la línea de un maniqueísmo comúnmente aceptado.
El horror en Hollywood ha dejado de significar la pérdida de sentido, ha abandonado la lucha por darle una explicación a lo que es inexplicable y se ha convertido en un consuelo teológico. Hollywood explica ahora el horror sobrenatural con una comprensión limitada del pensamiento cristiano. En estas cintas tremendamente exitosas ya no se cuestiona el origen del mal sino que se clasifican los males; ya no hay un esfuerzo por causar miedo duradero; ya no hay más que terrores tranquilizados por fe compartida; ya no importan los horrores del mundo sino los héroes cristianos que los solucionan. Estas cintas no dejan que haya alguna otra explicación posible fuera de este sistema de creencias religioso. Punto. Si estás fuera de ese sistema de creencias cintas como The Nun son pantomimas ridículas que no dicen absolutamente nada.
The Nun, sin embargo, pudo decir algo. Porque es tan ridícula, tiene tantos one liners y hay tanta fascinación extraña por los zombies y las escopetas que, si hubiera perseguido la comedia en vez del horror, hubiera podido ser un hermoso y brillante homenaje al Sam Raimi alocado y libre de Army of Darkness. Pero no pudieron encontrar el tono que buscaban entre horror barato y comedia insolente. Ahí, a la mitad de sus intenciones, observamos una dirección absolutamente mediocre (y, a decir verdad, esperábamos más de Corin Hardy después de la intrigante cinta que estrenó en Sundance, The Hallow).
Así, The Nun no es más que un panfleto ridículo de masturbaciones cristianas. Y, si esta cinta sirve para afianzar tus creencias religiosas, ojalá la disfrutes, pero fuera de verla como una mala clase de catecismo torcido, no tiene ni un ápice de interés real. El verdadero terror aquí no está en pantalla sino en que melcochas religiosas de este tipo pasen como ideas pasables: The Nun es un apéndice vomitivo de un mundo enfermo y triste.
Lo bueno
- Que casi es graciosa.
- La revelación de Taissa Farmiga que hace lo que puede para salvar la cara.
- La cara de Jonas Bouquet.
- Que Bichir no puede caer más bajo.
- Que no tengo que volver a verla.
- Que reafirma mi ateísmo.
Lo malo
- Que sería demasiado largo enumerar todo.
- Que tengo que intentar enumerar algo.
- La dirección totalmente perdida.
- El diseño de producción banal.
- Que trataron de imitar a Dario Argento con la iluminación y nada es más insultante frente al genio del Giallo.
- El diseño sonoro burdo para sustos burdos.
- Marilyn Manson vestido de monja.
- El imaginario cristiano más pueril.
- Que es un panfleto mocho.
- Que no tiene ningún chiste.
- Todo lo que no escribo por tedio.
Veredicto
La franquicia de The Conjuring ha costado, en total, poco más de 80 millones de dólares y ha recaudado más de mil millones. El éxito de estas películas es una locura que ha desbancado a grandes clásicos como The Exorcist arriba de las listas taquilleras. Pero, como sucede con muchas franquicias, longevidad no significa calidad. Digo, pueden preguntarle eso a Saw, la otra gran franquicia de ocho películas de James Wan.
Con The Nun, sin embargo, la franquicia de The Conjuring llegó a niveles insospechados de mediocridad: ésta es la cinta más mocha, más ridícula, más torpe, más intrascendente que he visto en muchos años y es una maldita lástima que ni la lejía me va a quitar la experiencia de verla. Lo único que me consuela es que esta veta patética del Hollywood más comercial ha permitido que nazca un horror indie verdaderamente propositivo. Igual, seguir sometiendo al mundo a estas bajezas debería ser, en términos mochos para que me entiendan, un verdadero pecado.